En un día como otro, la triste dama despertó, se sentó en su blanda cama y miró a su alrededor. Todo era gris, todo oscuro —o tal vez ella lo veía así—, no encontró un solo objeto, que lograra hacerla sonreír. Mirando hacia los lados, se percató de un rincón con una caja de madera que nunca antes observó. Con desgana se puso en pie para hacia el rincón caminar, no le movió la amargura, sino su gran curiosidad. Agachada frente a la caja en un problema reparó, una enorme cerradura escoltaba su interior. De nuevo hacia los lados su vista se dirigió, no había rastro de la llave, desesperanzada se alzó. Al alejarse del suelo, un tintineo escuchó, miró hacia abajo y con la llave se encontró. Siempre estuvo en su poder, pero nunca lo notó, se hallaba entre su alma, mente y corazón. Con intriga cogió la llave y hacia la cerradura la llevó, las piezas coincidieron y la rápido caja se abrió. Cuán gran
Ayuda mil veces pedida construida de gritos sigilosos, ayuda mil veces suplicada frenada por murmullos tramposos. Murmullos que con sarcasmo ríen, murmullos alegres, murmullos inventados, murmullos que esconden a un corazón exhausto, murmullos que callan a mil gritos desgarrados. Gritos extenuados, que no pueden ya gritar, que lo intentan y lo intentan sin sonido articular, con murmullos que los callan, murmullos enemigos, enemigos de los gritos, que los rompen sin cesar. Gritos y murmullos sin remedio enfrentados, gritos necesitados, gritos suplicantes censurados por murmullos, murmullos pudorosos que murmuran a los gritos que no sean desesperantes .Gritos que en silencio imploran la llegada de una mano amiga, que silencie a los viles murmullos y curen a su alma abatida.